martes, 8 de abril de 2014

Belleza incolora

Sumar albinismo y África da como resultado, casi siempre, una resta: la de las vidas que se pierden con motivo de la superstición que existe en muchos países africanos acerca de los negros de piel blanca. Hagan la prueba en Internet, el buscador les servirá miles de entradas relacionadas con la persecución, maltrato y muerte que se les da a los africanos que tienen esta mutación genética. Pero la percepción del albinismo puede cambiar completamente si concretamos la búsqueda a un nombre, el de Thando Hopa: La joven sudafricana que ha transformado los ritos de albinismo al mostrarlos como un culto a la belleza.

T.Hopa/forosperu.net.-
“Soy persona con albinismo, no albina”, dice Thando Hopa en una entrevista. Estas palabras dejan patente la discriminación que sufren quienes tienen esta palidez extrema. Sin embargo, la única diferencia entre una persona que tiene albinismo y otra que no lo tiene es su condición genética. Una mutación hereditaria que hace que los cuerpos que la contienen no produzcan melanina, que es lo da color a la piel, el pelo y los ojos.  Su aspecto de tan blanco deslumbra, llama la atención; y esto unido a que el albinismo está asociado a problemas de visión y, por supuesto, sensibilidad a la luz, estigmatiza a estas personas, o bien considerándolas enfermas o bien siendo objeto de supersticiones.

Tanto es así que tener albinismo en África significa enfrentarse a dos problemas: El sol y, en función del país en el que se esté, también a la creencia de que su decoloración en unos rasgos claramente negros son síntoma de maldición. Y en cierto modo lo son porque en quince de los 54 Estados africanos son mutilados o asesinados en rituales en los que sus órganos son añadidos a unas pócimas denominadas ‘muti’, que se cree que facilitan la extracción de diamantes y traen fortuna. De ahí que sea precisamente en Tanzania y Burundi, con gran cantidad de yacimientos de minerales, donde más abunda esta práctica.


En Sudáfrica, los negros con albinismo están a salvo, al menos de que les den muerte por no tener melanina. Lo cierto es que son motivo de burla cuando son niños y en algunos casos, ya de adultos, tachados de no entender la identidad negra. Por ello, Thando Hopa se decidió a ser la imagen de la lucha contra la discriminación hacia el albinismo. Esta sudafricana de 24 años compagina su trabajo como fiscal en los juzgados de Johannesburgo con su actividad de modelo, una carrera esta última que empezó hace dos años cuando el diseñador Gert Johan Coetzee le propuso participar en una campaña para cambiar los prejuicios que se tienen sobre esta mutación genética. Ahora protagoniza la exposición Albus del fotógrafo Justin Dingwall, que ha pasado las fronteras africanas para cuestionar el concepto de belleza estereotipada fruto de la globalización.


    
T.Hopa/Fotografías perteneciente a la
exposición 'Albus', de J.Dingwall.-
Albus es la palabra del latín de la que proviene el término 'albino’. Significa luz y realmente las fotografías que protagoniza Hopa lo son porque alumbran la evidencia de que belleza no sólo hay una, haciendo bello lo que se ha considerado distinto o maldito. Así, para la discriminación hacia el albinismo, también, se demuestra que no hay mejor defensa que un buen argumento.

miércoles, 2 de abril de 2014

Lo que esconde el origen de los rayos X en África: Una historia enterrada por la arena

Si uno fuera por el desierto del Namib y llegara sin saberlo a la antigua ciudad de Kolmanskop, en Namibia, creería que está sufriendo una alucinación producto del calor, la sed y lo difícil de caminar entre dunas. Vería allí, en medio de la nada, casas de tejados inclinados y edificaciones que albergaban hospitales, colegios, salones de baile y hasta un casino. Todas ellas abandonadas por los colonos alemanes después de la Primera Guerra Mundial y hoy invadidas por la arena. Y si esto ya impresiona, la ciudad acoge también una llamativa historia: la del primer aparato de rayos X de todo el continente africano.

Ciudad de Kolmanskop (Kolmannskuppe) / E.J.PEIKER.-

La máquina de rayos X no llegó a África para hacer radiografías médicas. Sí que fue ubicada en el hospital de la ciudad alemana de Kolmannskuppe (en la actualidad denominada en lengua afrikaans ‘Kolmanskop’), pero su importación no tenía como objetivo responder a cuestiones relacionadas con la salud. Más bien respondía a la fiebre de los diamantes.

Corría el año 1885 cuando los europeos le dieron al territorio que hoy ocupa Namibia  el nombre de África del Sudoeste Alemana. Para facilitar las expediciones en busca de asentamientos estratégicos donde gestionar mejor las riquezas que ofrecía esta zona, se puso en marcha la construcción de una línea de ferrocarril que atravesaba parte del desierto del Namib. El encargado de la obra era un africano: Zacharias Lewala. Él fue quien divisó, en medio de la brillante arena, el resplandor de lo que pronto se descubriría como un mar de diamantes prácticamente a ras del suelo y a apenas diez kilómetros de la costa.

En este lugar se fundó, en 1908, la ciudad minera de Kolmanskop. Allí se trasladaron familias enteras atraídas por la idea de hacer fortuna y, en tan solo dos años, se construyó una réplica del modelo urbanístico germano para que los nuevos inquilinos se sintieran como en casa, pese a venir de Alemania y estar en pleno desierto. Es por ello que todas las edificaciones que aún quedan en la actualidad sean de estilo centroeuropeo y también que los espacios fueran dedicados a modelos de vida occidentales, decorados incluso con mobiliario a la última moda de Europa.

De allí se trajo, además, el primer aparato de rayos X de toda África. Y aunque parezca mentira, su uso no era principalmente para los colonos, sino para los africanos. La trampa está en que este avance científico tenía la función específica de vigilar que la mano de obra negra no se tragara los diamantes de las compañías germanas.

Durante la Gran Guerra se llegó a extraer hasta mil kilos de diamantes, una codicia que pronto acabó con lo que se daba. Coincidiendo con el fin del conflicto, las piedras preciosas empezaron a escasear y el hallazgo de una nueva mina llevó a los alemanes a hacer las maletas e irse a donde se pudiera calmar su sed de consumismo. Allí quedó para siempre su rastro. Una manera de entender la vida que la naturaleza, grano a grano del desierto, está sepultando poco a poco. Como si quisiera volver a su estado original.


Fotografías de C.Gray (NATIONAL GEOGRAPHIC).-

martes, 25 de marzo de 2014

La lengua como escaparate

Se desconoce el número exacto de lenguas que hay en el mundo. La última edición de ‘The Ethnologue: Languages of the World’, uno de los inventarios más detallados en este campo, habla de alrededor de seis mil y se calcula que, de esta cifra, más de dos mil están en África. Sin embargo, entre las lenguas oficiales de todos los países que componen el continente, está siempre la de la antigua colonia. Así es en la actualidad, aunque puede no serlo en el futuro: Uno de los 54 Estados africanos ha anunciado que el inglés dejará de ser el idioma oficial de su país. Hoy nos trasladamos a Gambia.

Y. Jammeh /FOTOGRAFÍA DE FREEDOM NEWSPAPER.-
No es nada nuevo que las relaciones entre el presidente gambiano, Yahya Jammeh, y Gran Bretaña son claramente hostiles. De hecho, desde el pasado mes de octubre Gambia anunció su retirada de la Commonwealth, la mancomunidad de naciones que une a los exterritorios británicos, por considerarla una “institución neocolonial”. Por su parte, la antigua metrópoli ha denunciado en reiteradas ocasiones a este país africano por no respetar los derechos humanos, sobre todo en materia de homosexualidad. Pero para Jammeh, los británicos no están en disposición de alardear de moralidad: “Lo que trajo a los británicos a Gambia –ha dicho – fue en primer lugar el comercio de marfil, porque este país tenía muchos elefantes. Eliminaron a los elefantes y entonces lo que les quedó por vender fue a los africanos”.

Los efectos de la colonización aún supuran por la herida en la nación más pequeña de África Occidental. Su presidente recrimina a Gran Bretaña que en su país no hayan hecho otra cosa que no sea robar y que lo único que han aportado es la imposición de su lengua. Un idioma oficial que tiene un uso bastante minoritario porque en Gambia conviven una gran variedad de etnias que conservan su propio lenguaje y tradiciones, por lo que las lenguas wolof, diola y mandingo son las más habladas.

Nada se sabe de lo que opinan los gambianos sobre este cambio. Para el nigeriano Wole Soyinka, “un tigre no proclama su tigritud”. Esto lo dice un escritor cuya obra se caracteriza por centrarse en la cultura africana, y por tanto, querer darla a conocer; pero también por escribir todos sus libros no sólo en lengua inglesa, sino bajo los postulados de la estructura literaria occidental. Tanto es así que ha obtenido el máximo galardón de las letras occidentales: El Premio Nobel de Literatura. En cambio, para su homólogo keniata Ngugi Wa Thiong’o, la adopción del lenguaje del colonizador supone ver el mundo a través de sus ojos. Así lo plasmó en su obra ‘Descolonizando la mente’. Un debate que ahora atraviesa Gambia sin hacer mucho ruido. Como el río que lo recorre, silencioso, pero que marca a este país hasta el punto que le da su nombre. 

Río Gambia

martes, 18 de marzo de 2014

Perderse para encontrarse

Se las llamaba “canciones de retorno”. Su sonido inundaba las rutas de migraciones forzadas de las poblaciones de las orillas del Alto Nilo. Los exiliados cantaban a lo que dejaban atrás: sus casas, sus tierras, su origen; ocupado ahora por grandes grúas y hormigón. Entre 1960 y 1970 se construyó la presa alta de Aswan, una nueva obra faraónica que supondría el desplazamiento de un gran número de egipcios a distintos puntos de Sudán. Se olvidaron estas canciones en la medida en que cantaban a un retorno que nunca sucedió. Una identidad ahogada en una presa que ahora sale a flote en forma de memoria colectiva, a través de la música de los sudaneses Alsarah & The Nubatons.

Presa alta de Aswan.-
En 1956 el gobierno egipcio de Gamal Abdel Naser anunció la construcción de una nueva presa en Aswan. El motivo: los desbordamientos que se producían cada año en esta parte del río, cuando el agua que procedía de Uganda y Sudán fluía durante los meses de verano. Hasta ese momento, esto no había supuesto problema alguno. Todo lo contrario: dejaban un rico pasto de nutrientes que creaba una tierra muy fértil, ideal para la agricultura, la base económica de esta población. Pero con el tiempo, las crecidas del río se volvieron impredecibles y ni la presa baja, ya existente desde 1902, podía controlarlas. Entonces, las cosechas empezaron a menguar hasta sembrar el hambre. De ahí, que se construyera la presa alta de Aswan, denominada El saad al Aali.

Su objetivo no era sólo controlar las crecidas del Nilo, esta presa estaba pensada para obtener energía a través de producción hidroeléctrica y para ello había que modificar el entorno físico de este ecosistema milenario. Las consecuencias negativas para el medioambiente fueron muchas, también para la economía local, ya que la presa finalmente no contribuyó a la conservación del terreno agrícola. Pero sí trajo, por primera vez, la conexión eléctrica a la mayoría de las zonas rurales de Egipto. No a las de aquellos que vivían donde se construyó la presa, claro, porque ya no quedaba nadie. Sus habitantes fueron el daño colateral de este avance a la modernidad.


Varias generaciones después, la cantante sudanesa Alsarah acompañada por la banda The Nubatons, han trabajado conjuntamente en un proyecto musical titulado ‘Silt’. Un álbum que pretende revivir las canciones compuestas en la expulsión de los habitantes de las orillas del Alto Nilo. Un canto a las raíces perdidas, que es también la evidencia de que en la búsqueda de la identidad (al contrario de lo que ocurrió en la construcción de la presa de Aswan) la conexión entre los orígenes y la modernidad suena bien. Por eso se dice que hay que perderse para encontrarse.

* Puedes escuchar aquí el último trabajo de Alsarah & The Nubatons: https://wonderwheelrecordings.bandcamp.com/album/silt

martes, 11 de marzo de 2014

Una imagen vale más que mil palabras (más que nunca)

“Lo importante es ver aquello que resulta invisible para los demás”. Esta frase, del fotógrafo Robert Frank, retrata a la perfección el tema de hoy: la migración en el fotoperiodismo. Acostumbrados como estamos a que las migraciones nos resulten lejanas, aunque la tengamos en nuestra calle, ciudad, costa o detrás de la frontera. Los migrantes son como extraterrestres, vienen de una realidad paralela. Nos lo imaginamos casi sin nada, mucho menos con móviles (¿cómo van a tenerlo si apenas tienen para subsistir?). Como si de un flashazo se tratara, el estadounidense John Stanmeyer, nos deslumbra con la aplastante realidad de su instantánea ‘Señales’, una fotografía que muestra la inmigración como nunca antes se había visto y que ha sido reconocida por la máxima distinción del fotoperiodismo mundial: la World Press Photo, que este año ha concedido su primer premio a esta imagen tomada en África.

Apenas se les ve. Son sombras, siluetas delineadas por una brillante luna llena. Son personas con la mano alzada, apuntando con sus teléfonos móviles al cielo. Al fondo el mar. Están en una playa y buscan cobertura. Así ha retratado el fotógrafo John Stanmeyer a un grupo de africanos procedentes de distintos países que han coincido en la costa de Yibuti, en el Cuerno de África.

Es la última parada antes de dejar tierra y pasar a enfrentarse al Océano, así que estas personas hacen lo que haríamos todos, contactar con nuestros seres queridos. Y lo hacen como hoy en día haríamos todos, a través del móvil. De ahí que tengan el teléfono en alto, quieren encontrar señal para despedirse. Por ello su título Señales, que indica también el lado más humano de la migración. Una imagen que no han sido capaces de reflejar las más de mil palabras que se han dedicado a este fenómeno que los medios de comunicación tienden a criminalizar con expresiones como ‘invasión de inmigrantes’ o ‘llegada masiva de ilegales’.

Esta nueva visión de la inmigración le ha valido a Stanmeyer el premio a la mejor fotografía del World Press Photo 2014. Una imagen escogida de entre cerca de 100.000 porque, en palabras de Susan Linfield, una de los miembros del jurado, “dignifica” a los migrantes, al tiempo que, según  ha destacado Jillian Edelstein, otro de sus miembros, relaciona “tecnología, globalización, migración, pobreza, desesperación, alienación y humanidad”. Todo eso. Y es cierto. África es contraste. Es miseria y nuevas tecnologías. Es riqueza y es hambre. Son empresas que llegan y personas que se van.

Migrantes en una playa de Yibuti, febrero de 2013 / J.STANMEYER, NATIONAL GEOGRAPHIC.-

lunes, 3 de marzo de 2014

Los carnavales de África: La cara oculta de las mascaras africanas

Llegó el carnaval. La calle se viste de fiesta y la vista, el oído y el cuerpo entero se deleitan al ritmo de vivos colores, baile, música y crítica social. Los carnavales son para desinhibirse. De hecho, aunque no en todo el mundo se celebra antes de la cuaresma cristiana, el origen del carnaval es siempre el de las fiestas paganas. Una festividad que se remonta a más de cinco mil años y que se exporta de África al mundo.

Calabar Carnival (Nigeria).-
Han oído bien, el carnaval tiene su origen en las fiestas paganas del antiguo Egipto y Sumaria, desde donde serían acogidas por el Imperio romano para más tarde expandirse por Europa y llegar hasta América de mano de los navegantes españoles y portugueses en el siglo XV. Así es como los carnavales dan la vuelta al mundo para volver a África cientos y cientos de años más tarde, ya no como celebración en honor a los dioses, sino como fiesta de expresión cultural, burla al poder establecido y también para promover el turismo.

Carnaval de Mindelo (Cabo Verde).-
En las últimas décadas, varios países africanos han llevado el carnaval a sus ciudades como medida para atraer  a los turistas. Es el caso del Calabar Carnival de Cross River, en Nigeria, o del Carnaval de Johannesburgo, en Sudáfrica, ambos celebrados en el mes de diciembre. También están destinados a fines turísticos el Carnaval Internacional de Victoria, en las islas Seychelles; el Carnaval de Kigali, en Ruanda; o los carnavales celebrados en los países donde instauraron sus metrópolis africanas los portugueses: Guinea-Bissau, Angola, el carnaval de Queilimane, en Mozambique o el de Mindelo, en Cabo Verde. Estos dos últimos con un marcado toque africano que se percibe, sobre todo, a través de su música, que es totalmente autóctona. En cualquier caso, además de para incrementar sus ingresos, todos ellos sirven para dar a conocer las muestras culturales de estos países mediante la artesanía y la danza de cada uno de ellos.

Sin embargo, el carnaval volvió a África mucho antes de que ésta pudiera concebirse como destino turístico. En Mindelo, sin ir más lejos, comenzó ya en el siglo XVIII. Como también lo hizo en Trinidad y Tobago, cuando la isla era territorio galo. Armados con el ritmo del calypso, los trinitarios plantaban cara a golpe de música y baile a la opresión colonial de Francia, la esclavitud a la que les sometían y a la represión de los religiosos que reprobaban la celebración de esta festividad, que suponía que una vez al año, bajo la protección de una máscara, no mandara más norma que la del todo vale.

Entonces, cuando suponía el rechazo al orden establecido; como ahora, cuando es utilizado para fines turísticos; los carnavales africanos sirven para hacer visible a los que vienen de fuera del continente una identidad propia que tiene tantas caras como máscaras hay en esta celebración. Al fin y al cabo, los disfraces de carnaval son usados en todo el mundo para revelar una personalidad oculta, que en África, más bien, ha sido silenciada.

Carnaval de Trinidad/A. De Silva (REUTERS).-

martes, 25 de febrero de 2014

Muñecas para reforzar la identidad

Un día un hombre fue a comprar un regalo a su sobrina. Quería que aprendiera jugando, quería que la pequeña cuidara de su juguete, que le cogiera cariño y se sintiera identificado con él. Pensó en una muñeca y con esta idea fue a una juguetería. No encontró ninguna que se pareciera a su sobrina. Todas vestían como los turistas, todas tenían el pelo liso. Ninguna muñeca era negra. No dejó ni una juguetería de su ciudad por visitar. Nada. Ni una sola muñeca se parecía ni siquiera a las mujeres de su país. ¿Cómo iba a identificarse una niña con un juguete que nada tenía que ver con ella? Al hombre le preocupaba que su sobrina aprendiera a cuidar un objeto que nada se parecía a su entorno, a su cultura, y le puso solución. Este hombre es Taofick Okoya, el creador de las Reinas de África.

T. Okoya en su taller/ FOTOGRAFÍA DE REUTERS.-
La Reina de África (o Queens of Africa, como se ha dado a conocer) tiene su origen en Nigeria. Es una muñeca negra que viste los trajes tradicionales de los tres grupos étnicos mayoritarios del país: los Hausa, los Yoruba y los Igbo. Hace siete años que Okoya puso esta idea en marcha para combatir los estereotipos impuestos por la globalización que proyectan en los más pequeños la percepción de que los cánones de belleza son los que marca Occidente. 

Hoy factura entre 200 y 300 muñecas al día en su país y más de seis mil unidades al mes en todo el mundo. Una cantidad que ha llevado a que, en Nigeria,  la Reina de África destrone a la Barbie. Así es, desde su taller situado en el barrio de Surulere, en Lagos, el diseñador nigeriano ha logrado desbancar a Mattel, la compañía de juguetes norteamericana (la segunda más grande del mundo) que, aunque fabrica muñecas negras desde hace décadas, tiene una presencia muy limitada en el continente negro.

FOTO: REUTERS.-

FOTO: REUTERS-
FOTO: queensofafrica.com











Todo apunta a que la muñeca negra será la soberana de las jugueterías africanas. De hecho, su fabricante ya está en conversaciones con una cadena sudafricana para vender su juguete en setenta puntos distintos de África. Por ello, el siguiente paso que contempla Okoya es diseñar trajes de otras etnias del continente. Pero además, para cuando la marca esté más asentada, planea hacer muñecas de cuerpo más grueso. Una iniciativa en la que ya fracasó al no encontrarle salida en el mercado, pero de la que no desiste en su empeño de reflejar que la realidad no sigue un único patrón y que tiene tantas formas como identidades.

La magia de los juguetes reside en su capacidad de proyectar hábitos en los niños. Algo tan simple como un muñeco tiene el poder de reforzar una identidad que ha sido mellada primero por la colonización y ahora por la globalización. Al fin y al cabo, quienes hoy juegan pueden contribuir a descolonizar las mentes porque ellos son futuro en miniatura.

FOTOGRAFÍA DE OXFAM/WIKIMEDIA COMMONS.-
*Puedes escuchar esta crónica en el último programa de 'Ahora África', emitido por Radiotelevisión Canaria: http://www2.rtvc.es/television/Multimedia/Ahora%20%C3%81frica-8148/22-02-2014-176.aspx#.UwzDH2J3IWE