martes, 25 de marzo de 2014

La lengua como escaparate

Se desconoce el número exacto de lenguas que hay en el mundo. La última edición de ‘The Ethnologue: Languages of the World’, uno de los inventarios más detallados en este campo, habla de alrededor de seis mil y se calcula que, de esta cifra, más de dos mil están en África. Sin embargo, entre las lenguas oficiales de todos los países que componen el continente, está siempre la de la antigua colonia. Así es en la actualidad, aunque puede no serlo en el futuro: Uno de los 54 Estados africanos ha anunciado que el inglés dejará de ser el idioma oficial de su país. Hoy nos trasladamos a Gambia.

Y. Jammeh /FOTOGRAFÍA DE FREEDOM NEWSPAPER.-
No es nada nuevo que las relaciones entre el presidente gambiano, Yahya Jammeh, y Gran Bretaña son claramente hostiles. De hecho, desde el pasado mes de octubre Gambia anunció su retirada de la Commonwealth, la mancomunidad de naciones que une a los exterritorios británicos, por considerarla una “institución neocolonial”. Por su parte, la antigua metrópoli ha denunciado en reiteradas ocasiones a este país africano por no respetar los derechos humanos, sobre todo en materia de homosexualidad. Pero para Jammeh, los británicos no están en disposición de alardear de moralidad: “Lo que trajo a los británicos a Gambia –ha dicho – fue en primer lugar el comercio de marfil, porque este país tenía muchos elefantes. Eliminaron a los elefantes y entonces lo que les quedó por vender fue a los africanos”.

Los efectos de la colonización aún supuran por la herida en la nación más pequeña de África Occidental. Su presidente recrimina a Gran Bretaña que en su país no hayan hecho otra cosa que no sea robar y que lo único que han aportado es la imposición de su lengua. Un idioma oficial que tiene un uso bastante minoritario porque en Gambia conviven una gran variedad de etnias que conservan su propio lenguaje y tradiciones, por lo que las lenguas wolof, diola y mandingo son las más habladas.

Nada se sabe de lo que opinan los gambianos sobre este cambio. Para el nigeriano Wole Soyinka, “un tigre no proclama su tigritud”. Esto lo dice un escritor cuya obra se caracteriza por centrarse en la cultura africana, y por tanto, querer darla a conocer; pero también por escribir todos sus libros no sólo en lengua inglesa, sino bajo los postulados de la estructura literaria occidental. Tanto es así que ha obtenido el máximo galardón de las letras occidentales: El Premio Nobel de Literatura. En cambio, para su homólogo keniata Ngugi Wa Thiong’o, la adopción del lenguaje del colonizador supone ver el mundo a través de sus ojos. Así lo plasmó en su obra ‘Descolonizando la mente’. Un debate que ahora atraviesa Gambia sin hacer mucho ruido. Como el río que lo recorre, silencioso, pero que marca a este país hasta el punto que le da su nombre. 

Río Gambia

martes, 18 de marzo de 2014

Perderse para encontrarse

Se las llamaba “canciones de retorno”. Su sonido inundaba las rutas de migraciones forzadas de las poblaciones de las orillas del Alto Nilo. Los exiliados cantaban a lo que dejaban atrás: sus casas, sus tierras, su origen; ocupado ahora por grandes grúas y hormigón. Entre 1960 y 1970 se construyó la presa alta de Aswan, una nueva obra faraónica que supondría el desplazamiento de un gran número de egipcios a distintos puntos de Sudán. Se olvidaron estas canciones en la medida en que cantaban a un retorno que nunca sucedió. Una identidad ahogada en una presa que ahora sale a flote en forma de memoria colectiva, a través de la música de los sudaneses Alsarah & The Nubatons.

Presa alta de Aswan.-
En 1956 el gobierno egipcio de Gamal Abdel Naser anunció la construcción de una nueva presa en Aswan. El motivo: los desbordamientos que se producían cada año en esta parte del río, cuando el agua que procedía de Uganda y Sudán fluía durante los meses de verano. Hasta ese momento, esto no había supuesto problema alguno. Todo lo contrario: dejaban un rico pasto de nutrientes que creaba una tierra muy fértil, ideal para la agricultura, la base económica de esta población. Pero con el tiempo, las crecidas del río se volvieron impredecibles y ni la presa baja, ya existente desde 1902, podía controlarlas. Entonces, las cosechas empezaron a menguar hasta sembrar el hambre. De ahí, que se construyera la presa alta de Aswan, denominada El saad al Aali.

Su objetivo no era sólo controlar las crecidas del Nilo, esta presa estaba pensada para obtener energía a través de producción hidroeléctrica y para ello había que modificar el entorno físico de este ecosistema milenario. Las consecuencias negativas para el medioambiente fueron muchas, también para la economía local, ya que la presa finalmente no contribuyó a la conservación del terreno agrícola. Pero sí trajo, por primera vez, la conexión eléctrica a la mayoría de las zonas rurales de Egipto. No a las de aquellos que vivían donde se construyó la presa, claro, porque ya no quedaba nadie. Sus habitantes fueron el daño colateral de este avance a la modernidad.


Varias generaciones después, la cantante sudanesa Alsarah acompañada por la banda The Nubatons, han trabajado conjuntamente en un proyecto musical titulado ‘Silt’. Un álbum que pretende revivir las canciones compuestas en la expulsión de los habitantes de las orillas del Alto Nilo. Un canto a las raíces perdidas, que es también la evidencia de que en la búsqueda de la identidad (al contrario de lo que ocurrió en la construcción de la presa de Aswan) la conexión entre los orígenes y la modernidad suena bien. Por eso se dice que hay que perderse para encontrarse.

* Puedes escuchar aquí el último trabajo de Alsarah & The Nubatons: https://wonderwheelrecordings.bandcamp.com/album/silt

martes, 11 de marzo de 2014

Una imagen vale más que mil palabras (más que nunca)

“Lo importante es ver aquello que resulta invisible para los demás”. Esta frase, del fotógrafo Robert Frank, retrata a la perfección el tema de hoy: la migración en el fotoperiodismo. Acostumbrados como estamos a que las migraciones nos resulten lejanas, aunque la tengamos en nuestra calle, ciudad, costa o detrás de la frontera. Los migrantes son como extraterrestres, vienen de una realidad paralela. Nos lo imaginamos casi sin nada, mucho menos con móviles (¿cómo van a tenerlo si apenas tienen para subsistir?). Como si de un flashazo se tratara, el estadounidense John Stanmeyer, nos deslumbra con la aplastante realidad de su instantánea ‘Señales’, una fotografía que muestra la inmigración como nunca antes se había visto y que ha sido reconocida por la máxima distinción del fotoperiodismo mundial: la World Press Photo, que este año ha concedido su primer premio a esta imagen tomada en África.

Apenas se les ve. Son sombras, siluetas delineadas por una brillante luna llena. Son personas con la mano alzada, apuntando con sus teléfonos móviles al cielo. Al fondo el mar. Están en una playa y buscan cobertura. Así ha retratado el fotógrafo John Stanmeyer a un grupo de africanos procedentes de distintos países que han coincido en la costa de Yibuti, en el Cuerno de África.

Es la última parada antes de dejar tierra y pasar a enfrentarse al Océano, así que estas personas hacen lo que haríamos todos, contactar con nuestros seres queridos. Y lo hacen como hoy en día haríamos todos, a través del móvil. De ahí que tengan el teléfono en alto, quieren encontrar señal para despedirse. Por ello su título Señales, que indica también el lado más humano de la migración. Una imagen que no han sido capaces de reflejar las más de mil palabras que se han dedicado a este fenómeno que los medios de comunicación tienden a criminalizar con expresiones como ‘invasión de inmigrantes’ o ‘llegada masiva de ilegales’.

Esta nueva visión de la inmigración le ha valido a Stanmeyer el premio a la mejor fotografía del World Press Photo 2014. Una imagen escogida de entre cerca de 100.000 porque, en palabras de Susan Linfield, una de los miembros del jurado, “dignifica” a los migrantes, al tiempo que, según  ha destacado Jillian Edelstein, otro de sus miembros, relaciona “tecnología, globalización, migración, pobreza, desesperación, alienación y humanidad”. Todo eso. Y es cierto. África es contraste. Es miseria y nuevas tecnologías. Es riqueza y es hambre. Son empresas que llegan y personas que se van.

Migrantes en una playa de Yibuti, febrero de 2013 / J.STANMEYER, NATIONAL GEOGRAPHIC.-

lunes, 3 de marzo de 2014

Los carnavales de África: La cara oculta de las mascaras africanas

Llegó el carnaval. La calle se viste de fiesta y la vista, el oído y el cuerpo entero se deleitan al ritmo de vivos colores, baile, música y crítica social. Los carnavales son para desinhibirse. De hecho, aunque no en todo el mundo se celebra antes de la cuaresma cristiana, el origen del carnaval es siempre el de las fiestas paganas. Una festividad que se remonta a más de cinco mil años y que se exporta de África al mundo.

Calabar Carnival (Nigeria).-
Han oído bien, el carnaval tiene su origen en las fiestas paganas del antiguo Egipto y Sumaria, desde donde serían acogidas por el Imperio romano para más tarde expandirse por Europa y llegar hasta América de mano de los navegantes españoles y portugueses en el siglo XV. Así es como los carnavales dan la vuelta al mundo para volver a África cientos y cientos de años más tarde, ya no como celebración en honor a los dioses, sino como fiesta de expresión cultural, burla al poder establecido y también para promover el turismo.

Carnaval de Mindelo (Cabo Verde).-
En las últimas décadas, varios países africanos han llevado el carnaval a sus ciudades como medida para atraer  a los turistas. Es el caso del Calabar Carnival de Cross River, en Nigeria, o del Carnaval de Johannesburgo, en Sudáfrica, ambos celebrados en el mes de diciembre. También están destinados a fines turísticos el Carnaval Internacional de Victoria, en las islas Seychelles; el Carnaval de Kigali, en Ruanda; o los carnavales celebrados en los países donde instauraron sus metrópolis africanas los portugueses: Guinea-Bissau, Angola, el carnaval de Queilimane, en Mozambique o el de Mindelo, en Cabo Verde. Estos dos últimos con un marcado toque africano que se percibe, sobre todo, a través de su música, que es totalmente autóctona. En cualquier caso, además de para incrementar sus ingresos, todos ellos sirven para dar a conocer las muestras culturales de estos países mediante la artesanía y la danza de cada uno de ellos.

Sin embargo, el carnaval volvió a África mucho antes de que ésta pudiera concebirse como destino turístico. En Mindelo, sin ir más lejos, comenzó ya en el siglo XVIII. Como también lo hizo en Trinidad y Tobago, cuando la isla era territorio galo. Armados con el ritmo del calypso, los trinitarios plantaban cara a golpe de música y baile a la opresión colonial de Francia, la esclavitud a la que les sometían y a la represión de los religiosos que reprobaban la celebración de esta festividad, que suponía que una vez al año, bajo la protección de una máscara, no mandara más norma que la del todo vale.

Entonces, cuando suponía el rechazo al orden establecido; como ahora, cuando es utilizado para fines turísticos; los carnavales africanos sirven para hacer visible a los que vienen de fuera del continente una identidad propia que tiene tantas caras como máscaras hay en esta celebración. Al fin y al cabo, los disfraces de carnaval son usados en todo el mundo para revelar una personalidad oculta, que en África, más bien, ha sido silenciada.

Carnaval de Trinidad/A. De Silva (REUTERS).-