Se
acerca la noche de San Juan, una festividad que recibe el nombre de un santo
cristiano pero que también es motivo de celebración en países tan islámicos
como Marruecos y Argelia. Allí las hogueras también actúan como protagonistas de
esta cita anual que, en realidad, esconde a la verdadera estrella de la fiesta:
el solsticio de verano. Hoy nos vamos con los bereberes a celebrar el Ansara.
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Imlil, pueblo bereber de Marruecos situado en el Atlas. |
Mucho
antes de que el norte de África se convirtiera a la religión musulmana, los
bereberes se preparaban para celebrar que los días eran más largos. Una fiesta
llamada Ansara que es un rito preislámico en tanto en cuanto no atiende al
calendario musulmán, en el que el tiempo lo marca la luna, sino que baila al
ritmo del sol. Y es que la festividad del Ansara no responde a ninguna cuestión
religiosa, sino que es una celebración que tiene por motivo la llegada del
verano. Ya la hacían los celtas, los griegos, los romanos, los aztecas o los
incas, y hoy en día sigue presente en los bereberes de Argelia y el norte de
Marruecos.
Ahora
son en su mayoría musulmanes, pero aún así conservan intactas sus raíces
culturales y cuando llega el 24 de junio, se reúnen en las plazas para preparar unas hogueras en las que lo importante no es
el fuego, si no el humo. En Ansara, todo tiene que quedar bien ahumado para quedar
protegido: cosechas, casas, objetos de valor, herramientas de trabajo y hasta
enfermos. El pueblo entero es recorrido por sus habitantes con ramas encendidas
que van impregnando todo en humo, y esto tras haber saltado siete veces las
llamas.
No todos saben que es lo mismo que cuenta la Biblia que hizo Zacarías
el día que nació su hijo y recuperó el habla, después de haber sido castigado
por incrédulo al no creer al Arcángel Gabriel cuando le anunció que tendría un
hijo con su mujer estéril. Esto ocurría el 24 de junio del año V a.C. y el
recién nacido se llamó Juan, de ahí el apelativo que recibe la noche de las
hogueras.
Sin
embargo, hay documentos que datan de mucho antes, concretamente del año 5.000
a.C. y relatan que ya entonces, y en las mismas fechas, se recurría a las
llamas con motivo de devoción no al Dios cristiano sino al astro rey. La gente
observaba que todos los años (en lo que ahora sabemos que es el invierno) llegaba
un momento en que el sol perdía su fuerza, se quedaba más tiempo en el
horizonte, como si estuviera dubitativo y al final se marchaba antes, haciendo
los días más cortos. Temerosos de que llegara un momento en el que dejara de
dudar y decidiera desaparecer dejando en penumbra a los pueblos y sus cultivos,
decidieron que cuando el sol estuviera más presente le ofrecerían su propia
luz, la del fuego, para que se sintiera adorado y así no dejara de alumbrarles.
Un ritual de protección que, a través del humo, mantienen intacto los bereberes
de Argelia y el norte de Marruecos; y que en cierto modo sí los ha inmunizado
porque ellos todavía mantienen en la conciencia de dónde vienen y por qué hacen
lo que hacen.