martes, 29 de abril de 2014

La semilla negra del tango

Cuando uno piensa en el tango imagina dos cuerpos embriagados de nostalgia. Acompasados en un abrazo son uno y son a la par fuerza y delicadeza. Es el ritmo que fluye por el Río de la Plata porque pensar en el tango es pensar en Argentina y Uruguay. Allí nace esta música, pero se engendra en un útero negro. Y es que el tango, en origen, era el nombre que se le daba a las reuniones de los esclavos africanos que desembarcaban en esta región del entonces llamado nuevo mundo.

“No permitan semejantes bailes y juntas las del tango, porque en ellas no se trata sino de robo y de la intranquilidad para vivir los negros con libertad y sacudir el yugo de la esclavitud”. Con esta frase, pronunciada en 1789 por el funcionario del Cabildo de Buenos Aires Manuel Warnes, el historiador argentino Ricardo Rodríguez Molas refuerza la  teoría del origen africano del tango. 


Una procedencia avalada por otros muchos especialistas que sostienen no sólo que esta palabra, empleada para designar los lugares de reunión destinados a las danzas, llegó a la región del Río de la Plata de la mano de los esclavos procedentes del Congo, el golfo de Guinea y el sur de Sudán; sino que fue a raíz de la oleada de migración exterior que vivieron Argentina y Uruguay, a mediados del siglo XIX, que este género musical tomó forma. En ese momento, la población que predominada en Buenos Aires y Montevideo era descendiente de la esclavitud que llegó de África y fue precisamente esta comunidad de afro-rioplatenses quienes crearon las academias que servían de punto de reunión, ya no para los esclavos, sino para los millones de trabajadores de todo el mundo que llegaban a estas ciudades-puerto para “hacer las Américas”.

El tango. Óleo de Pedro Figari (Uruguay, 1861-1938). 
Poco a poco allí fue germinando una danza que para las clases altas y la Iglesia Católica era realmente un germen de indecencia que irradiaba sensualidad. Una manzana prohibida que era fruto de la fusión cultural que se vivía entonces en las zonas obreras que acogían a personas de países tan diversos y que décadas más tarde evolucionaría hasta convertirse en lo que el tango es hoy.

Muchos lavados han hecho falta para desteñir la semilla negra del tango, pero el tesoro argentino, una vez desenterrado su origen, brilla tanto como la Región de Plata que lo vio crecer. 

martes, 22 de abril de 2014

Los traficantes de lenguas

Se dice que leer en condiciones no adecuadas puede acarrear daños a la vista. Sin embargo, hay una literatura que puede ayudar al lector a enfocar mejor lo que lee y sin necesidad de usar lentes. Hablamos de obras literarias que versan sobre territorios que son lejanos para quien las lee y que, habitualmente, han sido descritas por personas que no han sabido observarlos con otra mirada que no sea la de un extranjero. Pero cuando el escritor ha crecido en el entorno que plasma en su novela y ésta cae en nuestras manos es como si esta persona nos prestara sus gafas y pudiéramos ver el mundo como él lo ve. Entonces descubrimos realidades desconocidas, o lo que es mejor, podemos ver con otros ojos escenarios que creíamos conocer. En el caso africano, para que esto ocurra tenemos que ser cómplices de un robo porque precisaremos de los passeurs du langues, o para que todos lo entiendan: Los traficantes de lenguas.

Para explicar en qué consisten los servicios de estos traficantes de lenguas usaremos una expresión de la lengua africana Tsonga, que dice: Karingana wa karingana. Se traduce como ‘érase una vez’, pero para que aquellos que no conozcan este idioma pudieran saber su significado sería necesaria la ayuda de los passeurs du langues. Esto es sólo una pista, para comprenderlo bien tenemos que conocer su historia.

A.Cesaire.-
Karingana wa karingana (recuerden: Érase una vez) un antillano llamado Aimé Cesaire. En 1935 este hombre acuñó el término ‘negritud’, con el que quería reivindicar la identidad negra frente a la visión que habían impuesto las potencias que habían colonizado los territorios donde habitaban los negros. Una visión que servía, además, para justificar la dominación de los colonos, ya que hacía entender que el negro sin el blanco no tenía más papel que el de salvaje. Con Cesaire y su negritud surge un movimiento de exaltación de los pueblos negros cuando aún ni se planteaba la independencia de las colonias. Era una lucha que creía en el poder de la palabra y se servía de revistas y libros para expresar no sólo como se sentían los negros, sino el ser negro, lo que los define expresado por ellos mismos. En ese momento había otros intelectuales negros, pero en su mayoría eran asimilados, es decir, eran personas influenciadas por una formación inculcada por las metrópolis que se basaba en que el ritmo de lo contemporáneo era el que marcaba Occidente y su presente; por lo que ellos también reproducían el canon occidental para observar la realidad. Frente a esta literatura alienada, surge la negritud como un movimiento literario que va a dar voz a los negros para revelar su mundo escuchando su perspectiva de la historia.

La exaltación de la negritud ya no arde como antes y hoy en día los países africanos ya no están sometidos a Occidente, al menos teóricamente. No obstante, la literatura sigue siendo un arma ideal para acabar con un frente que sí sigue presente en África: la perspectiva externa para describir el interior del continente. Es entonces cuando las cenizas de la negritud se plasman en un debate actual sobre la literatura escrita por africanos. Por un lado, están los que consideran que es tan importante la forma como el contenido y, por ello, rechazan difundir su mensaje si no es en su idioma tradicional. Por otro lado, aquellos que dan prioridad a que la realidad africana contada por africanos llegue a la mayor cantidad de personas posibles, lo que les obliga a adoptar la lengua del antiguo colonizador para dar el salto al resto del mundo. A este bando pertenecen los passeurs du langues, un término literario que se refiere a la acción de decir con la lengua impuesta lo que la lengua africana querría expresar;lo que conlleva, a su vez e inevitablemente, a obligar al extranjero a entender.



 


martes, 15 de abril de 2014

Sawabona

La nueva receta del amor ya no está compuesta por dos mitades, las medias naranjas se oxidan y pierden la vitamina. En los tiempos que corren, en los que la sociedad es cada vez más individualista, la fórmula del amor verdadero está compuesta por dos enteros. Y es así porque para ser feliz con otra persona es necesario trabajarse por separado, desarrollarse y sentirse bien, en primer lugar, con uno mismo. Esta es la prescripción que el psiquiatra brasileño Flávio Gikovate hace en su obra Sawabona: Sobre estar solo. Sin duda, su texto más leído al ser difundido en masa como uno de esos vídeos de atardeceres y música melódica que circulan por Internet. Sin embargo, la palabra ‘sawabona’, que Gikovate usa para dar título a su teoría del amor en la era moderna, es un saludo de las sociedades tradicionales africanas.

Fragmento de uno de los vídeos sobre la obra de F.Gikovate.-
En el sur del continente hay una forma de saludar que esconde toda una filosofía. A través de la palabra ‘sawabona’ se da entender que se respeta y se valora a alguien, y que por eso, esa persona es importante para quien saluda. Como respuesta a este mensaje se contesta ‘shikoba’, que quiere decir: “entonces, yo existo para ti”. Se cierra así el círculo que protege un pensamiento ancestral de estas sociedades africanas, que no entienden la vida si no es en comunidad. Una colectividad que funciona porque está compuesta por sus miembros, uno a uno son la suma.

No es dependencia lo que en estas culturas se manifiesta, es asociación. No están unidos porque se necesitan, se necesitan porque están unidos. Se trata de una convivencia que deslumbra, como diría Eduardo Galeano “que no se puede mirar sin parpadear” porque deja atónito al mostrar una lectura del individualismo que no tiene nada que ver con el egoísmo. Es como el mar de fueguitos del escritor uruguayo: si la es la comunidad brilla es porque “cada persona brilla con luz propia”. Es la teoría que Gikovate usa para las relaciones afectivas trasladada, en África, a todos los vínculos existentes entre los seres vivos. Es la biodiversidad hecha saludo.


martes, 8 de abril de 2014

Belleza incolora

Sumar albinismo y África da como resultado, casi siempre, una resta: la de las vidas que se pierden con motivo de la superstición que existe en muchos países africanos acerca de los negros de piel blanca. Hagan la prueba en Internet, el buscador les servirá miles de entradas relacionadas con la persecución, maltrato y muerte que se les da a los africanos que tienen esta mutación genética. Pero la percepción del albinismo puede cambiar completamente si concretamos la búsqueda a un nombre, el de Thando Hopa: La joven sudafricana que ha transformado los ritos de albinismo al mostrarlos como un culto a la belleza.

T.Hopa/forosperu.net.-
“Soy persona con albinismo, no albina”, dice Thando Hopa en una entrevista. Estas palabras dejan patente la discriminación que sufren quienes tienen esta palidez extrema. Sin embargo, la única diferencia entre una persona que tiene albinismo y otra que no lo tiene es su condición genética. Una mutación hereditaria que hace que los cuerpos que la contienen no produzcan melanina, que es lo da color a la piel, el pelo y los ojos.  Su aspecto de tan blanco deslumbra, llama la atención; y esto unido a que el albinismo está asociado a problemas de visión y, por supuesto, sensibilidad a la luz, estigmatiza a estas personas, o bien considerándolas enfermas o bien siendo objeto de supersticiones.

Tanto es así que tener albinismo en África significa enfrentarse a dos problemas: El sol y, en función del país en el que se esté, también a la creencia de que su decoloración en unos rasgos claramente negros son síntoma de maldición. Y en cierto modo lo son porque en quince de los 54 Estados africanos son mutilados o asesinados en rituales en los que sus órganos son añadidos a unas pócimas denominadas ‘muti’, que se cree que facilitan la extracción de diamantes y traen fortuna. De ahí que sea precisamente en Tanzania y Burundi, con gran cantidad de yacimientos de minerales, donde más abunda esta práctica.


En Sudáfrica, los negros con albinismo están a salvo, al menos de que les den muerte por no tener melanina. Lo cierto es que son motivo de burla cuando son niños y en algunos casos, ya de adultos, tachados de no entender la identidad negra. Por ello, Thando Hopa se decidió a ser la imagen de la lucha contra la discriminación hacia el albinismo. Esta sudafricana de 24 años compagina su trabajo como fiscal en los juzgados de Johannesburgo con su actividad de modelo, una carrera esta última que empezó hace dos años cuando el diseñador Gert Johan Coetzee le propuso participar en una campaña para cambiar los prejuicios que se tienen sobre esta mutación genética. Ahora protagoniza la exposición Albus del fotógrafo Justin Dingwall, que ha pasado las fronteras africanas para cuestionar el concepto de belleza estereotipada fruto de la globalización.


    
T.Hopa/Fotografías perteneciente a la
exposición 'Albus', de J.Dingwall.-
Albus es la palabra del latín de la que proviene el término 'albino’. Significa luz y realmente las fotografías que protagoniza Hopa lo son porque alumbran la evidencia de que belleza no sólo hay una, haciendo bello lo que se ha considerado distinto o maldito. Así, para la discriminación hacia el albinismo, también, se demuestra que no hay mejor defensa que un buen argumento.

miércoles, 2 de abril de 2014

Lo que esconde el origen de los rayos X en África: Una historia enterrada por la arena

Si uno fuera por el desierto del Namib y llegara sin saberlo a la antigua ciudad de Kolmanskop, en Namibia, creería que está sufriendo una alucinación producto del calor, la sed y lo difícil de caminar entre dunas. Vería allí, en medio de la nada, casas de tejados inclinados y edificaciones que albergaban hospitales, colegios, salones de baile y hasta un casino. Todas ellas abandonadas por los colonos alemanes después de la Primera Guerra Mundial y hoy invadidas por la arena. Y si esto ya impresiona, la ciudad acoge también una llamativa historia: la del primer aparato de rayos X de todo el continente africano.

Ciudad de Kolmanskop (Kolmannskuppe) / E.J.PEIKER.-

La máquina de rayos X no llegó a África para hacer radiografías médicas. Sí que fue ubicada en el hospital de la ciudad alemana de Kolmannskuppe (en la actualidad denominada en lengua afrikaans ‘Kolmanskop’), pero su importación no tenía como objetivo responder a cuestiones relacionadas con la salud. Más bien respondía a la fiebre de los diamantes.

Corría el año 1885 cuando los europeos le dieron al territorio que hoy ocupa Namibia  el nombre de África del Sudoeste Alemana. Para facilitar las expediciones en busca de asentamientos estratégicos donde gestionar mejor las riquezas que ofrecía esta zona, se puso en marcha la construcción de una línea de ferrocarril que atravesaba parte del desierto del Namib. El encargado de la obra era un africano: Zacharias Lewala. Él fue quien divisó, en medio de la brillante arena, el resplandor de lo que pronto se descubriría como un mar de diamantes prácticamente a ras del suelo y a apenas diez kilómetros de la costa.

En este lugar se fundó, en 1908, la ciudad minera de Kolmanskop. Allí se trasladaron familias enteras atraídas por la idea de hacer fortuna y, en tan solo dos años, se construyó una réplica del modelo urbanístico germano para que los nuevos inquilinos se sintieran como en casa, pese a venir de Alemania y estar en pleno desierto. Es por ello que todas las edificaciones que aún quedan en la actualidad sean de estilo centroeuropeo y también que los espacios fueran dedicados a modelos de vida occidentales, decorados incluso con mobiliario a la última moda de Europa.

De allí se trajo, además, el primer aparato de rayos X de toda África. Y aunque parezca mentira, su uso no era principalmente para los colonos, sino para los africanos. La trampa está en que este avance científico tenía la función específica de vigilar que la mano de obra negra no se tragara los diamantes de las compañías germanas.

Durante la Gran Guerra se llegó a extraer hasta mil kilos de diamantes, una codicia que pronto acabó con lo que se daba. Coincidiendo con el fin del conflicto, las piedras preciosas empezaron a escasear y el hallazgo de una nueva mina llevó a los alemanes a hacer las maletas e irse a donde se pudiera calmar su sed de consumismo. Allí quedó para siempre su rastro. Una manera de entender la vida que la naturaleza, grano a grano del desierto, está sepultando poco a poco. Como si quisiera volver a su estado original.


Fotografías de C.Gray (NATIONAL GEOGRAPHIC).-