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Fotograma de 'Persépolis'.- |
Poco
antes de que la Asamblea tunecina fuera elegida en los comicios electorales del
pasado 23 de octubre, los primeros de la revuelta árabe, la cadena
de televisión privada Nessma emitía la película de animación
‘Persépolis’, basada en la novela de Marjane Satrapi, que relata
la revolución iraní a través de los ojos de una niña. En una de
sus escenas, se representa la imagen de Dios, algo que prohíbe el
Islam.
Esto
ocurría el siete de octubre de 2011. Ese mismo día, centenares de
salafistas protestaban en las calles de Túnez por la difusión del
largometraje, intentaron incendiar la sede del medio de comunicación
y embistieron la vivienda de su director, Nabil Karoui. No
satisfechos con eso, estos islamistas que se posicionan en el lado
más radical del arco político árabe, prendieron fuego a dos coches
situados enfrente del domicilio de Karoui.
La
justicia actuó contra ellos y fueron detenidos y condenados a pasar
cinco días en prisión y a pagar una multa de 9,6 dinares (4,8
euros). El pasado tres de mayo, se hacía pública la sentencia del
juicio a la televisión que fue contra el Islam al emitir una imagen
de Dios en forma de dibujo animado. Su director fue sancionado con
una multa de 1.200 euros. Tampoco se libraron sus colaboradores:
Nadia Jamel, responsable del doblaje del francés al árabe, y Hedi
Boughnim, encargado del visionado de películas, fueron multados con
600 euros cada uno.
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N. Karoui en el juzgado.- |
Tanto
Karoui como la acusación particular, formada por varios abogados
islamistas, van a recurrir el veredicto que considera al medio de
comunicación culpable de perturbar el orden público y atentar
contra las buenas costumbres. Sin embargo, recurrirán por motivos
diferentes, ya que la acusación particular opina que el Tribunal
debería de haber incluido el cargo de atentado contra los valores
religiosos, una inculpación más grave por la que hubiera sido
encarcelado entre tres y seis meses, según prevé el Código Penal.
La cadena
tunecina Nessma televisión, cuya programación está destinada al
conjunto del Magreb y que pertenece al magnate italiano Silvio
Berlusconi y al productor franco-tunecino Tarek Ben Ammar, es el
último caso de confrontación entre la libertad de expresión y la
religión en el mundo árabe, pero no el único.
Desde que
en noviembre de 2011 el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD)
obtuviera la mayoría relativa en las, seguramente, elecciones
legislativas más libres de Marruecos en 55 años de independencia
del país, la política marroquí se ha visto envuelta en un tira y
afloja de tensiones entre el palacio real y el Gobierno. Aunque con
la nueva Constitución, aprobada en julio, el rey Mohamed VI haya
cedido en algunas de sus prerrogativas, muchas han sido las polémicas
que han salpicado a una sociedad acostumbrada a escuchar una única
voz: La del monarca. No obstante, no han sido las opiniones del
ministro de Justicia, Mustafa Ramid, contra los turistas que “pecan”
en Marraquech, ni la subida de la fiscalidad sobre las bebidas
alcohólicas (entre un 13 y un 50 por ciento) lo que ha desatado más
controversia en Marruecos. El mayor pulso entre el primer ministro,
Abdelilá Benkiran, líder del autodefinido partido islamista
moderado, y el soberano y su entorno ha ido de la mano de la
propuesta de reforma de la televisión pública.
En abril
de este año, el ministro de Comunicación, Mustafa el Khalfi,
anunció una iniciativa para obligar a los dos principales canales
(TVM y 2M) a retransmitir los cinco llamamientos diarios a la
oración, a los que todo buen musulmán debería atender. Además,
esta reforma incluía la difusión de la oración del viernes y la
inclusión de programas religiosos en su parrilla en contraprestación
a la reducción de las horas de programación en francés. Así, este
ministro que prefiere hablar en inglés antes que en francés,
proponía que 2M, la cadena más francófona, emitiera la mitad del
tiempo en árabe, un 30 por ciento en amazig (lengua bereber) y el 20
por ciento restante en francés y español. También que el gran
telediario francófono se retrasará más de dos horas, hasta las
once de la noche.
Y aquí
no acababa la cosa. Lo que realmente abrió la caja de los truenos
con el anuncio de esta reforma, tachada por la oposición marroquí
como un intento de islamizar la televisión, fue la supresión de la
publicidad de loterías y apuestas hípicas a las que juegan tres
millones de marroquíes y que en 2011 reportaron al Estado 583
millones de euros. Esta medida, que responde a la reprobación
islámica sobre los juegos de azar, ha sido la gota que ha colmado el
vaso y ha llevado al regente a zanjar el asunto y a abortar la
islamización de la televisión que planeaba el Ejecutivo, que
gobierna en coalición con otras tres formaciones desde enero de este
año.
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A. Benkiran y Mohamed VI.- |
A pesar
de que en la nueva Ley fundamental de Marruecos, que sustituye a la
aprobada en 1996 durante el reinado de Hassan II, se transfieren
algunos de los poderes del monarca al jefe del Gobierno, Mohamed VI
sigue conservando buena parte de sus prerrogativas. De este modo,
continúa siendo el Comendador de los Creyentes, es decir, el jefe
espiritual de los musulmanes marroquíes; el jefe máximo de las
Fuerzas Armadas; preside el órgano que regula la Justicia, nombra a
los magistrados; y puede destituir a los ministros tras consultar con
el jefe del Ejecutivo. De esta forma, aunque desde julio de 2011 se
limite a nombrar al primer ministro en el seno del partido vencedor
de las elecciones (hasta ese momento lo elegía incluso fuera del
Parlamento), el rey en Marruecos sigue teniendo la última palabra. Y
esto es lo que ha ocurrido con la televisión pública marroquí, la
única existente en este país.
Pero este
alarde de apoyo a la pluralidad lingüística y cultural de su pueblo
no debe confundirse con una defensa generalizada de Mohamed VI a la
libertad de expresión. Según un artículo publicado en febrero de
este año por el diario El País, “Abdessamad Haydur, de 24 años,
apareció en unos vídeos, colgados en Youtube, a principios de mes
en plena revuelta de Taza, una ciudad cercana a Fez, en los que
insultaba al rey Mohamed VI llamándole ‘dictador’, ‘asesino’
y ‘perro’. Detenido el jueves de la semana pasada fue juzgado el
lunes, sin abogado defensor, y condenado a tres años de cárcel”.
Otro caso, que expone este artículo de Ignacio Cembrero titulado
Marruecos castiga caricaturas e insultos al rey en las redes
sociales, es el de Walid Bahoman, de 18 años, que “colgó en
Facebook caricaturas y vídeos satíricos, divertidos pero no
insultantes, del monarca. Detenido y torturado, según relató su
madre a la web informativa Lakome, compareció ante el juez el 7 de
febrero e ingresó en un centro penitenciario para menores”. Y es que,
pese a que con la nueva Carta Magna, el rey ya no sea sagrado, su
persona es inviolable, por lo que los posibles excesos siguen siendo
duramente sancionados.
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Fotografía tomada en Marruecos por P. Cerezal.- |
En Marruecos no pasan desapercibas la marea de antenas parabólicas que
nacen de sus tejados. La mayoría son de fabricación casera, pero
cumplen su objetivo de llevar a las casas marroquíes imágenes de
otros países, de otras lenguas que no entienden, y que aún así
también desempeñan el propósito para el que fueron instaladas. Más
que la conexión exterior, lo que se busca es desconectar. Lo explica
muy bien Pablo Cerezal, autor del artículo Justicia y desarrollo
en Marruecos que fue publicado el nueve de mayo en el blog África
no es un país: “El mismo día que la televisión pública
explicaba cómo, gracias a la decisión del monarca alauí, la
programación permanecería invariable y no se incluirían nuevos
contenidos religiosos, pude sorprenderme al comprobar que Abdelkader,
el hijo mayor de Touria, abandonaba su cómodo reposo y se acercaba a
la vieja televisión para sintonizar un nuevo canal. (…) Fue aquel
día en el que el mensaje del monarca se vio amputado por Abdelkader,
al sintonizar un nuevo canal, que decidí quebrar la quietud familiar
en busca de respuestas. ¿Y el rey?, ¿por qué cambiar de canal
cuando se informa en la televisión de sus decisiones?, ¿no sería
oportuno prestar mayor atención? Al fin y al cabo es obligada una
foto con su efigie en cualquier inmueble público o comercio privado.
Será por algo”. La respuesta que obtuvo de este marroquí podría
extrapolarse a la mayoría del pueblo de Marruecos: “asegura
respetar la figura del soberano pero no perder tiempo en conocer sus
decisiones. La vida continúa y las normas que Mohamed VI sancione o
rechace no le impedirán a Abdelkader levantarse cada día a las 5 de
la madrugada para abrir el pequeño puesto de golosinas en que
trabaja (…)”.
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Manifestación de salafistas en Túnez.- |
Cuando la
religión forma parte del programa político de quienes representan
al pueblo la libertad corre el riesgo de transformarse en ofensa. Los
ejemplos de Marruecos y Túnez, aunque distintos, dejan patente lo
que la ola de cambios ha arrastrado hasta el mundo árabe, donde la
cuestión religiosa permanece a flote. No sólo se divisa con lo
ocurrido en las televisiones de estos dos países, también en Túnez
sigue estando reciente el intenso debate vivido por la inclusión de
la ‘sharia’ (Ley islámica) en la Constitución, que finalmente
ha sido descartada como principal fuente de derecho en la creación
de la Carta Magna tunecina que se prepara desde finales del año
pasado. Por ahora, ni con la televisión en uno ni con la inclusión
de la ‘sharia’ en la Ley Fundamental de otro, el Islam ha ganado
peso a los derechos sociales recientemente conquistados. Sin embargo,
el caso tunecino deja patente que la libertad de expresión también
trae consigo voces que quieren dejarse oír tanto o más como las que
trajeron la revolución que derrocó la represión. Los ruidosos
salafistas, los islamistas más radicales, han aparecido de la nada.
“¿Dónde estaban hasta ahora?”, se pregunta Óscar Gutiérrez en
su artículo Túnez resiste la embestida salafista, publicado
por El País el nueve de abril. “Estaban ahí, pero en silencio”,
le responde el presidente del Parlamento tunecino, Mustapha Ben
Jaafar. Antes de que cayera el anterior régimen de Túnez, el pueblo
tenía que recurrir a los trucos para profesar su religión, ya que
las prohibiciones por mostrar prendas o ritos islámicos en público
eran frecuentes. Desde que la calle se ha abierto a la libertad,
otros gritos comienzan a oírse y los salafistas, acostumbrados a
permanecer en la sombra, se han hecho visibles.
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