sábado, 19 de mayo de 2012

Los límites de la primavera árabe: La libertad de expresión como meta

A principios de 2011 la chispa de la revolución prendió en Túnez y desde allí se expandió al mundo árabe. Egipto, Libia, Argelia, Siria, Marruecos, Bahrein,… Con mayor o menor intensidad la primavera árabe ha estallado en forma de grito que reclama el fin de los regímenes dictatoriales en aras de unos derechos sociales más justos para el pueblo. Más de un año después, se han celebrado elecciones democráticas en muchos de estos países, en algunos los dictadores han caído y en otros pocos se ha reformado su Constitución. Pero más allá de la validez de los nuevos sistemas que están comenzando a desarrollarse en el Magreb y en Oriente Próximo, la cuestión de la laicidad se plasma como el gran tema pendiente para lograr verdaderas democracias, entendidas como Estados basados en la libertad, la justicia, la igualdad y la pluralidad. En unas sociedades que aclaman su derecho a la libertad de expresión, la religión es la próxima mecha que está a punto de detonar.

Fotograma de 'Persépolis'.-

Poco antes de que la Asamblea tunecina fuera elegida en los comicios electorales del pasado 23 de octubre, los primeros de la revuelta árabe, la cadena de televisión privada Nessma emitía la película de animación ‘Persépolis’, basada en la novela de Marjane Satrapi, que relata la revolución iraní a través de los ojos de una niña. En una de sus escenas, se representa la imagen de Dios, algo que prohíbe el Islam.
Esto ocurría el siete de octubre de 2011. Ese mismo día, centenares de salafistas protestaban en las calles de Túnez por la difusión del largometraje, intentaron incendiar la sede del medio de comunicación y embistieron la vivienda de su director, Nabil Karoui. No satisfechos con eso, estos islamistas que se posicionan en el lado más radical del arco político árabe, prendieron fuego a dos coches situados enfrente del domicilio de Karoui.
La justicia actuó contra ellos y fueron detenidos y condenados a pasar cinco días en prisión y a pagar una multa de 9,6 dinares (4,8 euros). El pasado tres de mayo, se hacía pública la sentencia del juicio a la televisión que fue contra el Islam al emitir una imagen de Dios en forma de dibujo animado. Su director fue sancionado con una multa de 1.200 euros. Tampoco se libraron sus colaboradores: Nadia Jamel, responsable del doblaje del francés al árabe, y Hedi Boughnim, encargado del visionado de películas, fueron multados con 600 euros cada uno.
N. Karoui en el juzgado.-
Tanto Karoui como la acusación particular, formada por varios abogados islamistas, van a recurrir el veredicto que considera al medio de comunicación culpable de perturbar el orden público y atentar contra las buenas costumbres. Sin embargo, recurrirán por motivos diferentes, ya que la acusación particular opina que el Tribunal debería de haber incluido el cargo de atentado contra los valores religiosos, una inculpación más grave por la que hubiera sido encarcelado entre tres y seis meses, según prevé el Código Penal.
La cadena tunecina Nessma televisión, cuya programación está destinada al conjunto del Magreb y que pertenece al magnate italiano Silvio Berlusconi y al productor franco-tunecino Tarek Ben Ammar, es el último caso de confrontación entre la libertad de expresión y la religión en el mundo árabe, pero no el único.

Desde que en noviembre de 2011 el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) obtuviera la mayoría relativa en las, seguramente, elecciones legislativas más libres de Marruecos en 55 años de independencia del país, la política marroquí se ha visto envuelta en un tira y afloja de tensiones entre el palacio real y el Gobierno. Aunque con la nueva Constitución, aprobada en julio, el rey Mohamed VI haya cedido en algunas de sus prerrogativas, muchas han sido las polémicas que han salpicado a una sociedad acostumbrada a escuchar una única voz: La del monarca. No obstante, no han sido las opiniones del ministro de Justicia, Mustafa Ramid, contra los turistas que “pecan” en Marraquech, ni la subida de la fiscalidad sobre las bebidas alcohólicas (entre un 13 y un 50 por ciento) lo que ha desatado más controversia en Marruecos. El mayor pulso entre el primer ministro, Abdelilá Benkiran, líder del autodefinido partido islamista moderado, y el soberano y su entorno ha ido de la mano de la propuesta de reforma de la televisión pública.
En abril de este año, el ministro de Comunicación, Mustafa el Khalfi, anunció una iniciativa para obligar a los dos principales canales (TVM y 2M) a retransmitir los cinco llamamientos diarios a la oración, a los que todo buen musulmán debería atender. Además, esta reforma incluía la difusión de la oración del viernes y la inclusión de programas religiosos en su parrilla en contraprestación a la reducción de las horas de programación en francés. Así, este ministro que prefiere hablar en inglés antes que en francés, proponía que 2M, la cadena más francófona, emitiera la mitad del tiempo en árabe, un 30 por ciento en amazig (lengua bereber) y el 20 por ciento restante en francés y español. También que el gran telediario francófono se retrasará más de dos horas, hasta las once de la noche.
Y aquí no acababa la cosa. Lo que realmente abrió la caja de los truenos con el anuncio de esta reforma, tachada por la oposición marroquí como un intento de islamizar la televisión, fue la supresión de la publicidad de loterías y apuestas hípicas a las que juegan tres millones de marroquíes y que en 2011 reportaron al Estado 583 millones de euros. Esta medida, que responde a la reprobación islámica sobre los juegos de azar, ha sido la gota que ha colmado el vaso y ha llevado al regente a zanjar el asunto y a abortar la islamización de la televisión que planeaba el Ejecutivo, que gobierna en coalición con otras tres formaciones desde enero de este año.
A. Benkiran y Mohamed VI.-
A pesar de que en la nueva Ley fundamental de Marruecos, que sustituye a la aprobada en 1996 durante el reinado de Hassan II, se transfieren algunos de los poderes del monarca al jefe del Gobierno, Mohamed VI sigue conservando buena parte de sus prerrogativas. De este modo, continúa siendo el Comendador de los Creyentes, es decir, el jefe espiritual de los musulmanes marroquíes; el jefe máximo de las Fuerzas Armadas; preside el órgano que regula la Justicia, nombra a los magistrados; y puede destituir a los ministros tras consultar con el jefe del Ejecutivo. De esta forma, aunque desde julio de 2011 se limite a nombrar al primer ministro en el seno del partido vencedor de las elecciones (hasta ese momento lo elegía incluso fuera del Parlamento), el rey en Marruecos sigue teniendo la última palabra. Y esto es lo que ha ocurrido con la televisión pública marroquí, la única existente en este país.
Pero este alarde de apoyo a la pluralidad lingüística y cultural de su pueblo no debe confundirse con una defensa generalizada de Mohamed VI a la libertad de expresión. Según un artículo publicado en febrero de este año por el diario El País, “Abdessamad Haydur, de 24 años, apareció en unos vídeos, colgados en Youtube, a principios de mes en plena revuelta de Taza, una ciudad cercana a Fez, en los que insultaba al rey Mohamed VI llamándole ‘dictador’, ‘asesino’ y ‘perro’. Detenido el jueves de la semana pasada fue juzgado el lunes, sin abogado defensor, y condenado a tres años de cárcel”. Otro caso, que expone este artículo de Ignacio Cembrero titulado Marruecos castiga caricaturas e insultos al rey en las redes sociales, es el de Walid Bahoman, de 18 años, que “colgó en Facebook caricaturas y vídeos satíricos, divertidos pero no insultantes, del monarca. Detenido y torturado, según relató su madre a la web informativa Lakome, compareció ante el juez el 7 de febrero e ingresó en un centro penitenciario para menores”. Y es que, pese a que con la nueva Carta Magna, el rey ya no sea sagrado, su persona es inviolable, por lo que los posibles excesos siguen siendo duramente sancionados.

Fotografía tomada en Marruecos por P. Cerezal.-























         
En Marruecos no pasan desapercibas la marea de antenas parabólicas que nacen de sus tejados. La mayoría son de fabricación casera, pero cumplen su objetivo de llevar a las casas marroquíes imágenes de otros países, de otras lenguas que no entienden, y que aún así también desempeñan el propósito para el que fueron instaladas. Más que la conexión exterior, lo que se busca es desconectar. Lo explica muy bien Pablo Cerezal, autor del artículo Justicia y desarrollo en Marruecos que fue publicado el nueve de mayo en el blog África no es un país: “El mismo día que la televisión pública explicaba cómo, gracias a la decisión del monarca alauí, la programación permanecería invariable y no se incluirían nuevos contenidos religiosos, pude sorprenderme al comprobar que Abdelkader, el hijo mayor de Touria, abandonaba su cómodo reposo y se acercaba a la vieja televisión para sintonizar un nuevo canal. (…) Fue aquel día en el que el mensaje del monarca se vio amputado por Abdelkader, al sintonizar un nuevo canal, que decidí quebrar la quietud familiar en busca de respuestas. ¿Y el rey?, ¿por qué cambiar de canal cuando se informa en la televisión de sus decisiones?, ¿no sería oportuno prestar mayor atención? Al fin y al cabo es obligada una foto con su efigie en cualquier inmueble público o comercio privado. Será por algo”. La respuesta que obtuvo de este marroquí podría extrapolarse a la mayoría del pueblo de Marruecos: “asegura respetar la figura del soberano pero no perder tiempo en conocer sus decisiones. La vida continúa y las normas que Mohamed VI sancione o rechace no le impedirán a Abdelkader levantarse cada día a las 5 de la madrugada para abrir el pequeño puesto de golosinas en que trabaja (…)”.

Manifestación de salafistas en Túnez.-
Cuando la religión forma parte del programa político de quienes representan al pueblo la libertad corre el riesgo de transformarse en ofensa. Los ejemplos de Marruecos y Túnez, aunque distintos, dejan patente lo que la ola de cambios ha arrastrado hasta el mundo árabe, donde la cuestión religiosa permanece a flote. No sólo se divisa con lo ocurrido en las televisiones de estos dos países, también en Túnez sigue estando reciente el intenso debate vivido por la inclusión de la ‘sharia’ (Ley islámica) en la Constitución, que finalmente ha sido descartada como principal fuente de derecho en la creación de la Carta Magna tunecina que se prepara desde finales del año pasado. Por ahora, ni con la televisión en uno ni con la inclusión de la ‘sharia’ en la Ley Fundamental de otro, el Islam ha ganado peso a los derechos sociales recientemente conquistados. Sin embargo, el caso tunecino deja patente que la libertad de expresión también trae consigo voces que quieren dejarse oír tanto o más como las que trajeron la revolución que derrocó la represión. Los ruidosos salafistas, los islamistas más radicales, han aparecido de la nada. “¿Dónde estaban hasta ahora?”, se pregunta Óscar Gutiérrez en su artículo Túnez resiste la embestida salafista, publicado por El País el nueve de abril. “Estaban ahí, pero en silencio”, le responde el presidente del Parlamento tunecino, Mustapha Ben Jaafar. Antes de que cayera el anterior régimen de Túnez, el pueblo tenía que recurrir a los trucos para profesar su religión, ya que las prohibiciones por mostrar prendas o ritos islámicos en público eran frecuentes. Desde que la calle se ha abierto a la libertad, otros gritos comienzan a oírse y los salafistas, acostumbrados a permanecer en la sombra, se han hecho visibles.

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