Se dice que leer en condiciones
no adecuadas puede acarrear daños a la vista. Sin embargo, hay una literatura
que puede ayudar al lector a enfocar mejor lo que lee y sin necesidad de usar
lentes. Hablamos de obras literarias que versan sobre territorios que son
lejanos para quien las lee y que, habitualmente, han sido descritas por
personas que no han sabido observarlos con otra mirada que no sea la de un
extranjero. Pero cuando el escritor ha crecido en el entorno que plasma en su
novela y ésta cae en nuestras manos es como si esta persona nos prestara sus
gafas y pudiéramos ver el mundo como él lo ve. Entonces descubrimos realidades
desconocidas, o lo que es mejor, podemos ver con otros ojos escenarios que
creíamos conocer. En el caso africano, para que esto ocurra tenemos que ser
cómplices de un robo porque precisaremos de los passeurs du langues, o para que todos lo entiendan: Los traficantes
de lenguas.
Para explicar en qué
consisten los servicios de estos traficantes de lenguas usaremos una expresión de
la lengua africana Tsonga, que dice: Karingana
wa karingana. Se traduce como ‘érase una vez’, pero para que aquellos que no
conozcan este idioma pudieran saber su significado sería necesaria la ayuda de los passeurs du langues. Esto es sólo una
pista, para comprenderlo bien tenemos que conocer su historia.
A.Cesaire.- |
Karingana
wa karingana
(recuerden: Érase una vez) un antillano llamado Aimé Cesaire. En 1935 este
hombre acuñó el término ‘negritud’, con el que quería reivindicar la identidad negra
frente a la visión que habían impuesto las potencias que habían colonizado los
territorios donde habitaban los negros. Una visión que servía, además, para
justificar la dominación de los colonos, ya que hacía entender que el negro sin
el blanco no tenía más papel que el de salvaje. Con Cesaire y su negritud surge
un movimiento de exaltación de los pueblos negros cuando aún ni se planteaba la
independencia de las colonias. Era una lucha que creía en el poder de la palabra y
se servía de revistas y libros para expresar no sólo como se sentían los negros,
sino el ser negro, lo que los define expresado por ellos mismos. En ese momento
había otros intelectuales negros, pero en su mayoría eran asimilados, es decir,
eran personas influenciadas por una formación inculcada por las metrópolis que
se basaba en que el ritmo de lo contemporáneo era el que marcaba Occidente y su
presente; por lo que ellos también reproducían el canon occidental para
observar la realidad. Frente a esta literatura alienada, surge la negritud como
un movimiento literario que va a dar voz a los negros para revelar su mundo
escuchando su perspectiva de la historia.
La exaltación de la negritud ya
no arde como antes y hoy en día los países africanos ya no están sometidos a
Occidente, al menos teóricamente. No obstante, la literatura sigue siendo un
arma ideal para acabar con un frente que sí sigue presente en África: la
perspectiva externa para describir el interior del continente. Es entonces
cuando las cenizas de la negritud se plasman en un debate actual sobre la literatura
escrita por africanos. Por un lado, están los que consideran que es tan
importante la forma como el contenido y, por ello, rechazan difundir su mensaje
si no es en su idioma tradicional. Por otro lado, aquellos que dan prioridad a
que la realidad africana contada por africanos llegue a la mayor cantidad de
personas posibles, lo que les obliga a adoptar la lengua del antiguo
colonizador para dar el salto al resto del mundo. A este bando pertenecen los passeurs du langues, un término literario que se refiere a la acción de decir con la
lengua impuesta lo que la lengua africana querría expresar;lo que conlleva, a su vez e inevitablemente, a obligar al extranjero a entender.
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