Una liebre se había
dormido a la sombra de un baobab. Se despertó con ganas de jugar y
empezó a hablar así:
- Este baobab tiene una
sombra muy fresquita, pero sus frutos no saben a nada.- E hizo un
guiño a las hojas del árbol que, felices por el halago, susurraron
“fih-fah fih-fah fih-fah”.
El baobab también la
había oído y, molesto porque la liebre había puesto en duda la
bondad de sus frutos, dejó caer uno a sus pies. La liebre se lo
comió. Estaba sabrosísimo, pero al ver que sus bromas surtían
efecto, prosiguió:
- Este fruto estaba muy
bueno; pero, a lo mejor, el corazón del árbol está podrido…
Estas nuevas dudas
hirieron verdaderamente al baobab que, muy despacito, muy despacito,
empezó a abrir su corteza. Entonces la liebre pudo ver todas las
maravillas que encerraba en su interior: Telas bordadas, piedras
brillantes, exquisitos perfumes y exuberantes fuentes de agua
rodeadas de flores brillantes y frutas de colores. Pero además, el
árbol desprendía risa en su interior, que se mezclaba con el sonido
del agua. Era alegría, era calma y se convertía en música.
La liebre estaba tan
sorprendida que dejó de sonreír. Sólo podía escuchar la fuerza
del canto de aquel baobab que le había ofrecido su corazón. Y por
fuera, las hojas bailaban con el aire y susurrando volvían a cantar
“fih-fah fih-fah fih-fah”. Casi no se oía ya el latido
melancólico del tam-tam de los humanos.
El animal recogió
todas las riquezas que podía sostener, dio las gracias y regresó
rauda al bosque. Al llegar al lado de su mujer, a ésta le faltó
tiempo para probarse todas las joyas, vestirse con las telas
preciosas, empaparse en perfume y salir a la calle. Enseguida fue la
envida de todas sus amigas. La hiena, al ver tal derroche, fue en
busca de la liebre.
- ¿Dónde has
encontrado todas esas cosas tan admirables que lleva puesta tu mujer?
La liebre, adulada, le
contó su aventura y la hiena, envidiosa, se dirigió al bosque para
comportarse igual que la liebre. El baobab, que había disfrutado con
las diabluras de la orejuda, volvió a ofrecer su sombra, su
frescura, su música y su corazón; contento de volver a tener
compañía.
La ávida hiena se echó
sobre las riquezas del árbol generoso hasta tal punto que comenzó a
roerle el corazón exclamando:
- ¡No puedo con más
pero volveré hasta que no quede nada en sus entrañas!
El baobab, herido y
atemorizado, volvió a cerrarse y la hiena quedó atrapada en su
interior, amargando hasta la última rama del árbol, hundiéndolo
tanto que se escondió bajó tierra. A partir de entonces, el baobab
es un árbol al revés y sólo enseña sus raíces. Y es por eso que
ya no se oye al viento bailar con las hojas mientras éstas susurran
“fih-fah fih-fah fih-fah”.
Antes, el corazón de
los hombres era como el de los baobabs; lleno de alegría y de
riquezas, se ofrecía a todo aquél que lo llamaba. ¿Qué clase de
hiena ha podido devorarlo? El corazón de los hombres, como el del
más grande baobab, está lleno de riquezas que llaman, llaman,
llaman… hasta que perecen en un tam-tam misterioso.
En el Día de África
desvelamos un poquito de su riqueza. Escondidos, como el tesoro del
Baobab, la literatura oral africana trata de sobrevivir en el
interior del continente, lejos de las modernas ciudades. Al caer la
noche, de espaldas al bosque, desde donde sienten que observan los ancestros, los
africanos muestran su mayor fortuna: haber sabido salvaguardar lo
colectivo frente a la tendencia individualista. Y así, en compañía,
participan con música y palmas en el relato del griot. Todos juntos
se cuentan cuentos para dormir el miedo.
Me encanta esta leyenda! Les pido permiso para compartirla en mi blog : https://leerescomovolar.blogspot.com muchas gracias!
ResponderEliminarQue preciosidad 😍 me han enamorado los baobabs
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