domingo, 21 de junio de 2015

La versión africana de la noche de San Juan

Se acerca la noche de San Juan, una festividad que recibe el nombre de un santo cristiano pero que también es motivo de celebración en países tan islámicos como Marruecos y Argelia. Allí las hogueras también actúan como protagonistas de esta cita anual que, en realidad, esconde a la verdadera estrella de la fiesta: el solsticio de verano. Hoy nos vamos con los bereberes a celebrar el  Ansara.   


Imlil, pueblo bereber de Marruecos situado en el Atlas.
Mucho antes de que el norte de África se convirtiera a la religión musulmana, los bereberes se preparaban para celebrar que los días eran más largos. Una fiesta llamada Ansara que es un rito preislámico en tanto en cuanto no atiende al calendario musulmán, en el que el tiempo lo marca la luna, sino que baila al ritmo del sol. Y es que la festividad del Ansara no responde a ninguna cuestión religiosa, sino que es una celebración que tiene por motivo la llegada del verano. Ya la hacían los celtas, los griegos, los romanos, los aztecas o los incas, y hoy en día sigue presente en los bereberes de Argelia y el norte de Marruecos.

Ahora son en su mayoría musulmanes, pero aún así conservan intactas sus raíces culturales y cuando llega el 24 de junio, se reúnen en las plazas para preparar unas hogueras en las que lo importante no es el fuego, si no el humo. En Ansara, todo tiene que quedar bien ahumado para quedar protegido: cosechas, casas, objetos de valor, herramientas de trabajo y hasta enfermos. El pueblo entero es recorrido por sus habitantes con ramas encendidas que van impregnando todo en humo, y esto tras haber saltado siete veces las llamas. 


No todos saben que es lo mismo que cuenta la Biblia que hizo Zacarías el día que nació su hijo y recuperó el habla, después de haber sido castigado por incrédulo al no creer al Arcángel Gabriel cuando le anunció que tendría un hijo con su mujer estéril. Esto ocurría el 24 de junio del año V a.C. y el recién nacido se llamó Juan, de ahí el apelativo que recibe la noche de las hogueras.

Sin embargo, hay documentos que datan de mucho antes, concretamente del año 5.000 a.C. y relatan que ya entonces, y en las mismas fechas, se recurría a las llamas con motivo de devoción no al Dios cristiano sino al astro rey. La gente observaba que todos los años (en lo que ahora sabemos que es el invierno) llegaba un momento en que el sol perdía su fuerza, se quedaba más tiempo en el horizonte, como si estuviera dubitativo y al final se marchaba antes, haciendo los días más cortos. Temerosos de que llegara un momento en el que dejara de dudar y decidiera desaparecer dejando en penumbra a los pueblos y sus cultivos, decidieron que cuando el sol estuviera más presente le ofrecerían su propia luz, la del fuego, para que se sintiera adorado y así no dejara de alumbrarles. 

Un ritual de protección que, a través del humo, mantienen intacto los bereberes de Argelia y el norte de Marruecos; y que en cierto modo sí los ha inmunizado porque ellos todavía mantienen en la conciencia de dónde vienen y por qué hacen lo que hacen.